Lo nuevo de Carlos Giménez

Noticia extraída de El País.
En 1977, con una democracia apenas incipiente, Carlos Giménez (Madrid, 1941) comenzaba a publicar en las páginas de la revista Muchas Gracias la serie Paracuellos, en la que plasmaba los recuerdos de su paso por un colegio del Auxilio Social durante los primeros años de posguerra española. Tras haberse formado en la aventura y la fantasía, el dibujante de personajes tan famosos como Gringo, Delta 99 o Dani Futuro, optaba arriesgadamente por la introspección, surcando caminos prohibidos o voluntariamente olvidados durante las cuatro décadas anteriores.


"Yo intento contar el hecho, no el morbo del hecho", dice el dibujante
"La guerra fue confusa. No eras de una ideología, sino de donde te pillaba"
Conscientemente o no, Paracuellos se convertía así en el primer capítulo escrito de una reivindicación de lo que ahora conocemos como nuestra memoria histórica. A medida que buscaba en su pasado, Giménez iba construyendo un legado de valor incalculable: el de los sentimientos de toda una generación de españoles. Tras Paracuellos llegó Barrio, contando la vida en las calles españolas de los años cincuenta. Después, la hilarante Los profesionales, una obra que ofrece, además, un fresco único de una sociedad que comenzaba a reivindicar unas libertades que habían sido cercenadas.
Un trabajo de notario de la vida de la calle que se complementaría a la perfección con el día a día de la transición que reflejó en las historietas que realizaba semanalmente para la revista El Papus, recopiladas en el volumen España Una, Grande y Libre.
Treinta años de trabajo que dejan una densa obra que se puede considerar como sinónimo de la historia de este país, pero protagonizada por aquellos que nunca salen en los libros de historia o las enciclopedias.
De forma obligada, esta trayectoria le llevaba a enfrentarse al origen de todo lo que había contado durante ese tiempo: la Guerra Civil española. "Lo intenté un par de veces. Yo suelo tener unos dossiers donde guardo las ideas básicas que luego desarrollaré y uno de ellos era sobre la Guerra Civil. Quería hacerlo coincidiendo con uno de los aniversarios de la guerra, pero no sabía muy bien cómo, por lo que al final lo dejé, reconvirtiéndolo en una historieta de Barrio", cuenta Giménez.
Un difícil tratamiento al que había que añadir que, por primera vez, se enfrentaba a hechos que no había vivido en primera persona: "Necesitaba recopilar historias y anécdotas, alguien que me las contase y, además, me las contase bien. Al final lo conseguí y comencé a preparar esta obra". Nace así 36-39. Malos tiempos, primer volumen de una tetralogía que busca narrar la devastadora Guerra Civil española desde una perspectiva diferente: la de la gente de a pie. No es la historia de la Guerra Civil, sino de aquellos que la padecieron en sus carnes: "Yo no soy historiador. Ni tengo los datos ni me interesan las fechas o las batallas. Sólo he querido contar lo que es la puta guerra. El hambre, el miedo, las bombas, todo lo que traen las guerras. Lo cuento desde la perspectiva del que la sufre, del que tiene hijos y no sabe si les va a poder dar de comer, o incluso si mañana estarán vivos. Por eso voy adelante y atrás en el tiempo, para que los datos dejen de tener importancia y sólo lo tengan las personas".
Pero contar la guerra no es fácil. Mostrar el horror puede implicar caer fácilmente en el morbo de lo vacuo, de banalizar el dolor y convertirlo en un espectáculo sanguinolento. Una dificultad que tenía clara desde el principio: "No me interesa mostrar cómo destripan a alguien o cómo le vuelan la cabeza. He evitado las imágenes de género de terror, no por herir la sensibilidad del espectador, sino porque voy por otro lado. Yo intento contar el hecho, no el morbo del hecho. En esta historia de muertes y desolación, intento evitar que se vean las muertes y la desolación. Trato de evidenciar lo tremendo de la guerra, lo injusto de las bombas, de los tiros en la nuca, de los paseos, esa veda que se abre para matar al ciudadano por parte de los dos bandos. Que cuando sitúas a la gente en un caldo de cultivo para el odio, lo único que produce es odio".
Por eso, los personajes de 36-39. Malos tiempos no son ni los políticos ni los generales, son los vecinos de la calle, aquellos que vivían tranquilamente y que se encontraron con una guerra que no habían pedido, que se vieron involucrados contra su voluntad en bandos que no habían inventado. "La española fue una guerra confusa, no eras de una ideología, sino de donde te pillaba. Si estabas en Valladolid, eras franquista, y en Madrid, rojo. Y si te pillaba mal, la habías jodido. Nadie sabía realmente lo que era".
Es el relato de cómo el miedo al otro comienza a calar en el hombre hasta deshumanizarlo completamente y convertirlo en un asesino. Un testimonio que se atreve, sin partidismos, a denunciar las barbaridades que los dos bandos hicieron: "Una vez empieza la guerra, el miedo nos convierte a todos en asesinos", dice Giménez, "pero sin olvidar quiénes fueron los causantes". En una de las historias de este álbum no puede evitar tomar voz a través de uno de los personajes y lanzar un durísimo alegato contra las guerras. "No hay guerras buenas, nadie tiene la razón ni los motivos para empezarlas. Si pensamos en todas las guerras, las anteriores y las de ahora, nadie tiene derecho a comenzarlas. Una guerra sólo tiene sentido para el que la piensa, no es buena para nadie. El único beneficiario de una guerra es el hijo de la grandísima puta que la empezó".
Y como es habitual en él, consigue que el lector note cómo se le encoge el corazón al leer historias terribles, pero sin perder nunca el horizonte de la sinrazón de la guerra, como en esa historia en la que un hombre se encuentra con el asesino de su padre en un bar. "La guerra es el absurdo, un montón de mierda. Incluso cuando se mata, se mata mal y a destiempo. Este tipo, que tenía razones para hacerlo, no lo hace cuando se encuentra al asesino de su padre, sino más tarde, por una tontería, porque estaba inmerso en una cadena de matar y de mierda, en la que al final, no se sabe por qué, se mata", afirma contundentemente el autor. La venganza pierde su sentido en un mundo donde la supervivencia es la única regla: "Es increíble que al mismo tiempo que la gente vivía al límite, sin saber si perdería la vida por una bomba o un chivatazo, la vida transcurría. Con todo ese horror, la gente iba al teatro, había que zurcir los calcetines o ir al bar. La gente se olvida de la guerra, porque el ser humano tiene una capacidad de supervivencia tremenda".
Cuatro álbumes, que publicará Ediciones Glénat y que conformarán un durísimo pero sincero relato del mayor horror que ha vivido nuestro país, dando voz a aquellos que nunca saldrán en las enciclopedias, pero que llenaron los cementerios de este país con tumbas anónimas.



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