Relato: A MI LADO (II)

-¡Tranquila! ¡Me manda tu padre! –Agustín coge a la chica como puede para que no salga del coche y huya mientras su cara no deja de sangrar produciendo una cascada carmesí por su mejilla.
-¿Mi padre? ¿Estás de guasa? Mi padre murió hace seis años de cáncer.
-¡Pero eso es imposible! Ha estado hace escasas horas en mi despacho. –Agustín se limpia la sangre de la cara con un improvisado pañuelo de papel que ha encontrado por el coche, mientras en su cabeza se agolpan miles de dudas.
-¿Cómo era ese tipo? –Pregunta la chica. Pero ella ya conoce las respuestas. ¿Pelo canoso? ¿Edad avanzada? ¿Vestido de color azul marino? ¡Le encanta ese color!
-Si, ese mismo. ¿Quién es?
-Te propongo un trato... Alicia deja la frase suspendida, esperando que Agustín le diga su nombre.
-Agustín, me llamo Agustín, y soy detective privado. ¿Cuál es ese trato?
-Tú pones en marcha esta chatarra, me sacas de aquí y yo te cuento la verdad.
-Hecho.
Agustín pone el coche en marcha, las ruedas chirrían sobre el asfalto, la sangre de su mejilla comienza a disminuir y se pregunta si este caso no empieza a venirle demasiado grande.
Han pasado unos minutos, la ventana del conductor se abre y un pañuelo de papel con tonalidades rojizas es despedido del vehículo. Alicia no dice nada, está demasiado callada, aunque ha obligado a Agustín a enseñarle su licencia de detective, parece que la preciosa muchacha no se fía de nadie y no es para menos. Agustín no deja de mirar por el retrovisor interior del coche. Alguien les está siguiendo.
-Nos siguen. ¿Vas a contarme que diablos pasa? –El detective empieza a ponerse nervioso. Parecía un caso sumamente fácil y se está convirtiendo en una extraña broma de mal gusto.
-El tipo que te ha contratado es un pez gordo en el tráfico de la prostitución. Antes trabajaba para él, pero me esclavizaba el muy hijo de puta. Supongo que ahora se ha percatado de que soy la gallina de los huevos de oro y quiere recuperarme. Pero, para no comenzar una guerra de bandas en la zona, ha contratado a un pardillo para que le haga el trabajo sucio.
-Supongo que el pardillo soy yo ¿no?
-Vaya, si hasta resultarás un tipo listo y todo. –Alicia sonríe irónicamente mientras enciende un cigarrillo.
-¡Agárrate! –Agustín da un giro en el volante y se interna por un camino secundario oscuro. El cigarrillo de Alicia cae sobre la alfombrilla, junto a sus pies, rodando debajo del asiento.
-¿Estás loco? ¡Nos vamos a quemar!
-Tranquila, tú busca el cigarrillo mientras yo me ocupo de los que nos siguen. –Agustín detiene el coche en un lugar oculto y se baja, buscando en su cartuchera. Pero es inútil, la pistola no está, ha debido perderla o dejársela en la oficina. Una razón más para pensar que este asunto le viene grande. Pero no se da por vencido, abre el maletero del coche y de allí saca una enorme hacha con una afilada y ancha hoja. La imagen de Agustín en las sombras con semejante hacha resulta escalofriante. El otro coche no tarda en aparecer, sus faros se apagan y el motor deja de ronronear. Dos tipos vestidos con gabardinas grises salen del coche armados con pistolas automáticas. Se acercan al coche de Agustín despacio, apuntando con las armas, preparados para encontrarse a la pareja allí dentro. Pero se equivocan, Agustín surge de la nada con el hacha alzada y el primer golpe corta la mano de uno los tipos, cayendo al suelo todavía con la pistola sujeta. El otro intenta reaccionar a tiempo pero no lo consigue, el hacha corta su cuello como una cuchilla de afeitar, con suma limpieza. Cae muerto al instante. El superviviente, con una mano menos y gritando de puro dolor, huye como puede, gateando como un niño pequeño. Pero no logra recorrer muchos metros. El hacha cae nuevamente sobre él, partiéndole la cabeza como una sandía madura. Agustín reprime sus ganas de vomitar cuando ve lo que ha ocurrido, mete el hacha nuevamente en el maletero y, sin mediar palabra, se lleva a Alicia a un sitio seguro.


Casi una hora después, ambos han conseguido encontrar habitación libre en un hotel de cinco estrellas. El dinero del mafioso está sirviendo para algo. Nerviosos ambos, fuman unos cuantos cigarrillos mientras se hayan inmersos en sus privados pensamientos. Hasta que Agustín deja la mirada fija en ella y vuelve a sentir algo que no había sentido nunca. La tiene a su lado, de repente siente la necesidad de que siempre siga allí, junto a él. Es una diosa que puede ordenarle cuanto desee. Está locamente enamorado. Ella también se queda mirándolo durante unos segundos, sonríe levemente sin apartar la vista, se toca un pecho y se acerca a él. Agustín se convierte en un cómplice sin saber porque. Está ido, no lo comprende. ¿Por qué ha creído a una chica que no conoce? ¿Cómo sabe que le ha dicho la verdad? ¿A quién diablos ha asesinado esta noche a golpes de hacha? Olvida todas las preguntas y se centra en una respuesta. Un respuesta de placer carnal con una diosa.


Alguien llama a la puerta de la habitación y Agustín despierta de su concentración con el pasado. El agua de la bañera se ha enfriado y apenas se ha percatado de ello. No recuerda haber pedido nada al servicio de habitaciones ni haberle dicho a nadie que se encontraban aquí. Se viste rápidamente con el albornoz y coge el hacha que tiene oculta bajo la cama. Alicia sigue durmiendo profundamente y él se alegra por ello. Agustín se acerca a la puerta de entrada de la habitación, agarrando fuertemente el mango del hacha.
-¿Quién es? –Nadie contesta a la pregunta de Agustín. Al menos, nadie humano, porque dos pistolas empiezan a “hablar” más de la cuenta cuando escupen proyectiles de plomo a través de la puerta, desde fuera hacia adentro. Agustín se tira al suelo en una demostración de estupendos reflejos y se sitúa justo tras la puerta. La cual es pateada por alguien y se abre con fuerza, como si bostezara con energía. Durante unos momentos hay un silencio angustioso, hasta que una pistola asoma tímidamente por la puerta, luego dos brazos y, finalmente, un tipo alto y corpulento, tenso y concentrado. Agustín golpea al tipo con el hacha, pero éste es muy rápido y consigue esquivar parte del ataque. El hacha corta carne, pero es un corte poco importante, aunque el tipo suelta el arma. Y, cuando Agustín va a rematarlo, otro tipo, más bajito y con una escopeta recortada, aparece y revienta el estómago del detective. Agustín sale despedido hacia atrás, chocando con la cama donde sigue Alicia, la cual no ha despertado aún. Agustín, todavía vivo, se acerca a Alicia y la besa en los labios, derramando sangre sobre la boca de la muchacha.
-A mi lado... –Agustín no logra decir nada más. Es el último estertor de un moribundo. El tipo corpulento se levanta dolorido mientras el otro observa con fría mirada al detective muerto sobre la cama y a Alicia, todavía dormida. De repente, aparece el director del hotel.
-¿Qué tal? ¿Lo han conseguido? –Pregunta el director mientras alarga el cuello para ver lo ocurrido en la habitación.
-Sí, esta vez no ha escapado. Lo único que lamento es que haya muerto tan pronto. El tipo bajito con rostro helado se acerca a Alicia.

Continuará...

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