Relato: Despertares

Voy a intentar escribir relatos nuevos, algo que apenas hago en los últimos tiempos. Voy a intentar prometerme a mí mismo que, al menos, uno cada mes será posteado en el blog para que tengáis el dudoso privilegio de leerlo. Espero no faltar a mi palabra, es de lo poco que me queda aún sin hipotecar :D

Un zumbido lejano. Una música suave. Un tintineo relajante. Todos dan paso a un chirrido molesto en forma de alarma. Cuando duerme, lo que le rodea está camuflado bajo un aspecto acogedor. Pero la realidad del despertar le muestra que es la hora de ponerse en marcha. Que empieza un nuevo día.
Es temprano, muy temprano. Pero aun así, se levanta de la cama con energía y con un equilibrio interior reconfortante. Sentado al borde de la cama, frotándose los ojos y animándose a sí mismo a ponerse en pie, gira unos segundos su cabeza hacia la izquierda y fija su mirada en ella. Duerme profundamente, ni el despertador, ni la súbita incorporación de él, han podido arrancarla de las fauces del sueño. La envidia, pero también se alegra por ella. Siente que está protegida de todo lo que hay en el exterior, y desearía que nunca se viese expuesta a nada que pudiese hacerla daño. Finalmente se levanta y comienza el ritual diario de ducha, desayuno, beso en la suave mejilla de ella y salir a toda prisa por la puerta porque ya llega tarde a la oficina.
Las calles de la ciudad están inundadas de coches, desbordadas de ajetreo, enloquecidas de ruidos y murmullos. Pero dentro del coche hace caso omiso a todo eso, incluso cuando alguien le adelanta por la derecha, se le cruza a escasos milímetros, le pita y se le encara como si la culpa fuese de él. No le importa, “no me habrá visto”, piensa, y con una sonrisa enciende la radio para escuchar el informativo.
En la oficina el día transcurre con normalidad. El trabajo acumulado de varios días apenas le deja tiempo para almorzar, así que debe conformarse con un sándwich y un café cargado para superar la larga tarde que se le avecina. De vez en cuando, una parada de un par de minutos para fumar un cigarrillo, le ayuda a descongestionarse y a entablar conversación con sus compañeros. Sobre todo con uno que absorbe todo el protagonismo en las charlas, contando sus peripecias nocturnas y como se tira a una tía distinta un día sí y otro también.
Vuelve a casa tarde, pero aun así ella le espera para cenar. Se ha cambiado el peinado y la encuentra preciosa. “Estoy cansado, pero aún tengo una reserva de energía guardada para ti”, le dice. Y tras la cena, hacen el amor de una forma tan apasionada que nadie podría imaginar que llevan ocho años casados. Ella intenta contarle algo después de la ducha, pero ya no puede escucharla. Sucumbe al sueño, el placentero sueño...


Un zumbido lejano. Una música suave. Un tintineo relajante. Todos dan paso a la puta alarma del despertador. Tras tantear la mesita de noche, con los ojos cerrados y la luz apagada, encuentra su objetivo y lo convierte en víctima de un puñetazo que lo hace enmudecer.
Es temprano, quiere seguir durmiendo, está harto de madrugar por un mísero sueldo. Se sienta al borde de la cama y, por fin, enciende la luz de la pequeña lámpara que hace compañía al despertador. Se siente hinchado, quizás le sentó mal la cena, y casi sin darse cuenta se le escapa un flatulencia sonora que da paso a un olor bastante molesto. Se gira y ve como ella duerme. No se ha inmutado con ninguno de los tempraneros sonidos que han invadido la habitación. Su nuevo peinado ha desaparecido tras frotar la cabeza toda la noche con la almohada. De sus labios, semi abiertos, aparece un ligero ronquido. Por un momento la odia. “¡Cómo duerme, la muy jodida!” “¡Cómete el pedo!”. Se levanta, se ducha, se viste, desayuna sólo un café con leche y olvida darle el beso a ella. Hoy se despide con un portazo al salir.
Las calles son una locura. Aunque probablemente ni siquiera los locos quieren transitar en ellas. En la radio no dicen más que gilipolleces. Llueve ligeramente, el parabrisas delantero se empaña y apenas puede ver lo que tiene delante. Es un milagro que no se dé un golpe con el coche que se le cruza. El otro conductor se disculpa con un gesto de su mano, y él acepta la disculpa con otro gesto de su dedo corazón derecho al tiempo que le grita “¡hijo de puta!”.
El trabajo no parece tener fin. Lleva cuatro días haciendo horas extras y aún tendrá que venir, como mínimo, cuatro días más. Sale a fumar cada media hora y, en una de esas escapadas, se encuentra con su compañero “el follador”, así le llama él. Empieza a contar una de sus historias, de la pasada noche, pero hoy no le hace gracia, le parece un machista y un soplapollas. De hecho, duda bastante que todo lo que cuente sea verdad. Apenas le escucha, le lanza la colilla, aún encendida, sobre uno de sus zapatos y vuelve al trabajo. Hoy come lo que le apetece, sin importarle el tiempo que emplee para ello.
Al volver a casa, de nuevo muy tarde, se encuentra con ella esperándole, como siempre. Le da un beso en la mejilla y le dice que no tiene hambre. Ella le recrimina que ha estado cocinando toda la tarde y que lo ha estado esperando. Él le contesta que le importa una mierda lo que haya estado haciendo. No se ducha, no se cambia de ropa. Se deja caer sobre la cama y se queda mirando el techo unos minutos, repasando lo que ha sido un día para olvidar e intentando decidir qué hacer con su vida. Luego sucumbe al sueño, el placentero sueño... Que le llevará a un nuevo despertar.

5 comentarios:

J.A.Rubio dijo...

Sinceramente creo que es mejor que cualquier cómic de los que has escrito, pero es tan dolorosamente real que probablemente no sea de interés para casi nadie.
La mayoría de la gente lee cosas para evadirse y esto solo puede ser para deprimirse.
No obstante yo debo ser un poco masoquista porque me gusta.

David Braña dijo...

Me alegro te haya gustado tanto, aunque no sé en qué lugar deja eso a los cómics... :D
Me gusta escribir y leer cosas que me hagan pensar, al menos que me haga plantearme ciertas cosas, si están relacionadas con los sentimientos y las relaciones humanas, mejor que mejor. Lo de evadirse está bien de vez en cuando, pero sí es cierto que la gran mayoría es lo que prefiere, por eso tenemos la televisión que tenemos en este país). Saludos.

J.A.Rubio dijo...

Esta muy bien hacer cosas "para ti" pero hace tiempo que descubrí que nadie vive de escribir cosas sobre sentimientos ni guiones de comic en este, nuestro maravilloso país.
Si a eso añadimos que vivimos en un mundo en el que triunfa lo visual...
Y si no, solo tienes que ver cuantas personas hacen algún comentario en las entradas en las que solo pongas un relato. Lo cual no quita para que haya algún colgao como yo, que las aprecie.

David Braña dijo...

Pero creo que es necesario hacer cosas "para ti", como bien dices. Sobre todo para sentirte más realizado y, de alguna manera, como escape y desahogo. Igualmente, pienso que el relato no es tan "inalcanzable" y que lo habrá leído más gente, sólo les falta reconocerlo públicamente :D
Por supuesto, cuando escribes algo que tiene una misión comercial, debes pensar en lo que te gusta escribir y en lo que pide la gente, e intentar que tenga ambos ingredientes. Te llamo esta semana y hablamos de lo que tú ya sabes.
Saludos.

diecisietecosas dijo...

A mi me ha gustado. Mucho.
Y me ha hecho pensar.
Un poco.
(de los más interesantes relatos que he leido del señor Braña..si, señor!)